sábado, 20 de septiembre de 2014

¡Qué felices seremos los dos... viviendo en mi casita de papel!


Felicidad
El fin de la política, desde el punto de vista utilitarista (Bentham: la mayor felicidad para el mayor número). Si no me equivoco, desde el punto de vista hedonista se identifica con el placer; y así lo entiende Adam Smith (Teoría de los sentimientos morales). En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América (1776) se consideran derechos inalienables e inherentes a la condición igualitaria de los hombres: "vida, libertad y búsqueda de la felicidad". Así entendida, la felicidad no debe garantizarse por el Estado, sino que debe ser permitida en su búsqueda, es decir, no obstaculizada. Pongamos un ejemplo: la alimentación o el sexo proporcionan felicidad (o placer) ¿Debe el estado obligar a los ciudadanos a ser felices, obligándoles a comer lo que más les conviene y forzándoles a prácticas sexuales hasta que obtengan el orgasmo? Obviamente, eso sería una dictadura (podría utilizarse el nombre del "Comité de Salud Pública" de la Francia del Terror -1793-); lo que debe es establecer las condiciones que permitan a los ciudadanos acceder por sí mismos a los alimentos y al sexo a la medida de sus necesidades y deseos, y en razón de las circunstancias. No es tan fácil ¿cómo respondemos a una situación de escasez o de acaparamiento? ¿confiamos en el libre mercado o establecemos el racionamiento? ¿permitimos la sumisión? ¿prohibimos la prostitución?

Escolásticamente se distinguía la felicidad subjetiva y la felicidad objetiva, en ambos casos especulando con la idea del bien (un absoluto, como la idea de la belleza o la idea de la verdad).

En general es la satisfacción o gozo que se experimenta por la posesión del objeto amado. Se divide en felicidad objetiva, que es el mismo bien que nos hace bienaventurados; y subjetiva, que es la posesión de dicho bien, o sea la operación de la criatura racional por medio de la cual descansa plenamente en la posesión de aquel bien. Acerca de la felicidad subjetiva no puede haber dificultad alguna, fuera de las cuestiones teológicas acerca del acto en que consiste la felicidad formal, que también así se llama, y que encierra los tres actos de visión, gozo y amor.
Respecto a la felicidad objetiva, ha habido tal diversidad de opiniones entre los teólogos y filósofos, que según San Agustín, podían contarse más de doscientas ochenta sentencias acerca de este punto, aunque es cierto que todas podían reducirse a pocas. Si se trata de la felicidad sobre-natural, claro es que ésta sólo podía consistir en la unión con Dios, como el objeto esencial de toda felicidad para la criatura racional. Pero los antiguos filósofos no comprendieron esta verdad y divagaron lastimosamente. Si se trata de la felicidad natural o terrena, todas las opiniones podían reducirse a cinco, que son las que la hacían consistir en los deleites, en las riquezas, en el poder, en los honores o en la fama, o sea, la gloria.
Fuera de estos bienes, que sólo merecen este nombre en apariencia, no se halla en la tierra algún otro objeto que pueda causar la felicidad (Diccionario de ciencias eclesiásticas, 1886).

Hay que distinguir entre una felicidad subjetiva y una felicidad objetiva. Aquella es una experiencia personal, ésta es la objetivación de las condiciones que la hacen posible. De aquella se ocupa la psicología. De ésta se ocupa la ética (Jose Antonio Marina, En busca de una definicion de inteligencia).

Más terrenalmente, debiéramos equiparar la felicidad objetiva con la dignidad; puesto que la felicidad puede conseguirse reduciendo al ser humano a condiciones inaceptables (la opresiva sociedad que imagina  Aldous Huxley en su distopía Brave New World, que se tradujo al castellano como Un mundo feliz -al francés como Le Meilleur des mondes, al alemán como Schöne neue Welt, o sea, el mejor bello, respectivamente-). Si imponemos una manera de obtener la felicidad, incluso en el caso de tener éxito (cosa improbable) lo que estaríamos consiguiendo es una sociedad de esclavos felices o de súbditos felices de un déspota ilustrado (el que ha definido esa manera de obtenerla).

Curiosamente, para los griegos, la felicidad estaba en una relación dialéctica con la vida política:

La búsqueda de la felicidad (eudaimonía), que ya movía a los antiguos y era el constitutivo ético final de Sócrates, consistía para los cínicos en la libertad entendida como liberación, como independencia (autarkía). Ésta era la única forma de vida digna del hombre, la única que merecía la pena dado el carácter radicalmente imperfecto de cualquier forma civilizada posible: los logros de la civilización no hacen sino corromper y debilitar al hombre, volviéndolo cada vez más dependiente de lo externo, menos dueño de sí mismo. Si la ciudad era el producto de la necesidad que unos miembros tenían de los otros, porque "el que nada necesita es una fiera o un dios" (Aristóteles, Pol. 1253ª 29), el cínico rompe con la ciudad, se hace "cosmopolita". A Diógenes le gustaba proclamarse: "Sin ciudad, sin hogar, carente de patria, un mendigo y un vagabundo que vive al día" (D.L. 6, 38) y, también, "ciudadano del universo" (D.L. 6, 63). Pero no tanto un ciudadano de no importa qué ciudad, sino en un no-ciudadano, es decir, una vida de exilio sin hogar (D.L. 6, 38). Por eso proponen vivir sin atadura social alguna: la libertad respecto de lo que no es esencial, constituye una condición previa. El cosmopolitismo cínico implica, por tanto, una actitud positiva hacia el mundo natural y sus riquezas como opuestas al mundo de la polis, una actitud positiva hacia el mundo animal. El animal y dios constituían respectivamente el modelo de autosuficiencia e indiferencia y por consiguiente de felicidad. Si los dioses son los que no necesitan nada, los que necesitan muy poco son los que más se les parecerán, y estos son los animales, que tienen pocas necesidades. Sócrates había dicho que "el que está muy cerca de los dioses necesita muy poco" (D.L. 2, 27; Jenofonte, Mem. 1, 6, 10), pero el cínico acentúa más esta diferencia: "Dijo [Diógenes] que la cualidad de los dioses es no necesitar nada, y quienes más se les parecen precisan de muy poco" (D.L. 6, 105). El cinismo invierte totalmente la tradicional jerarquía de los seres, la serie animal-hombre-dios, y la transforma en hombre-animal-dios. Con esta inversión de la jerarquía subrayan, más si cabe, no sólo su no-ciudadanía sino también su posición ante la religión. (Filósofos disidentes, El humor en la Antigua Grecia - El cinismo o la transmutación de los valores)

Si mi felicidad supone obligar a otro que no sea yo a que haga algo (sea por mi bien, o sea por el suyo), tal cosa no es una felicidad que yo legítimamente deba esperar que se me proporcione por la comunidad política; ahora bien, no debe impedírseme a mí hacer algo que me proporciona felicidad (porque yo lo juzgo mi bien, incluso aunque otros no lo juzguen así). Si en ese acto causo daño a otros, entonces el conflicto ha de superarse mediante la regulación de la convivencia, si ese daño causado supone a esos otros una pérdida de felicidad que legítimamente debían esperar que se les proporcionara por la comunidad política. Puestos en términos grupales: establecidas agrupaciones por afinidad en la búsqueda de felicidad (partidos políticos que canalizan demandas sociales contrapuestas), se establece un sistema político que evite que el enfrentamiento político degenere en guerra civil. La superioridad de la democracia sobre el totalitarismo es precisamente que no proporciona a nadie la felicidad total, sino que mantiene a todos parcialmente insatisfechos. El totalitarismo pretende conseguir la perfección, la felicidad total (siguiendo la idea de bien, belleza y verdad un líder que se identifica con la nación y el Estado).

Los sueños y las urnas Una sociedad es democráticamente madura cuando ha asimilado la experiencia de que la política es siempre decepcionante. La política es inseparable de la disposición al compromiso y de la frustración DANIEL INNERARITY 29/10/2011

El tanto por ciento JORGE EDWARDS 27/10/2011

Véase también Estado-Estado del bienestar, Sentimiento, Colaboración-Hedonismo