jueves, 6 de febrero de 2014

La apuesta del colaboracionista

Colaboracionismo / Colaboracionista



Proceso de Brasillach
Es un tópico universal (tan extendido como supuesto axiomático, de innecesaria demostración, que no he llegado a ver ninguna argumentación concreta sobre el particular -al menos, ninguna me ha satisfecho-) la superioridad moral del resistente frente al colaboracionista. El colaboracionismo no es la colaboración con el compatriota, sino con el enemigo. Colaborar con el enemigo se asimila (y no tendría por qué ser así) a la traición, a la incoherencia y a la carencia de principios.
Madrid, bombardeado de metralla y propaganda,
 lleno de indiferentes y partidarios de uno y
otro bando, resistentes locales,
resistentes foráneos, curas escondidos,
 chequistas, espías, quintacolumnistas...
Mi padre me contaba que en los últimos meses
de la guerra se acusó de derrotista a un vendedor
ambulante de serrín que voceaba:
¡Serrín de Madrid - se-rrin-de-ma-drid!
En los últimos días se mataron entre sí los últimos
republicanos, escindidos entre casadistas (preferían
capitular para ahorrarse más sufrimientos)
y negrinistas (preveían que si se aguantaba lo suficiente
las potencias se verían obligadas a intervenir,
convirtiendo el conflicto en una guerra mundial).

Me parece muy ilustrativo sobre este punto la reflexión que, terminada la II Guerra Mundial, realizó Camus (él mismo un resistente) ante la condena a Brasillach (un colaboracionista). Al contrario que Sartre (que apoyó su fusilamiento diciendo "las palabras matan"), no parece que Camus viera en sí mismo demasiada superioridad moral sobre el condenado. Pidió clemencia, y dijo: "no tengo ni idea de si el azar determina nuestras opiniones políticas. Pero lo que sí sé es que no escogemos por azar aquello que nos deshonra". Sartre rompió con Camus (también por otras cuestiones), y le reprochaba "que su rebeldía era puramente estética". Entiendo que le reprochaba que no era capaz de llevarla a sus últimas y "antiestéticas" consecuencias: imponer a los demás las consecuencias de la propia rebeldía, no conformarse con "soportar la injusticia", socráticamente, sino obligar a los demás a hacerlo, imponer a los demás ese comportamiento que definimos como moralmente superior en nosotros mismos y exigirles que lo cumplan, juzgándoles con ese criterio. Me temo que faltar a la prudencia (la verdadera guía en política) y llevar la exigencia moral a un estadio heroico (exigir un cumplimiento del deber "más allá del cumplimiento del deber") es ir más lejos que la ética socrática y quizá incluso "cometer la injusticia". En 1945 se tenía presente el ejemplo del sacrificio que se impuso a la ciudad de Leningrado frente a la más suave suerte que correspondió a la "ciudad abierta" que fue París.

En todo caso, hay quien considera al propio Camus un verdadero héroe individual: "Nunca le faltó valor para asumir riesgos porque sabía que al final la vida es un conjunto de apuestas. Las suyas le llevaron a la soledad intelectual, a un aislamiento querido y buscado desde el que nunca renunció a asumir el riesgo de equivocarse. Utilizando sus propias palabras para definir a Meursault, el protagonista de 'El extranjero', Camus fue un ser humano que, sin ningún heroísmo, acepta morir por la verdad. ... Criado en un taller de tonelero por su tío y una madre que reverenciaba, Albert Camus nunca se arrodilló ante nadie, jamás rindió pleitesía a los poderosos, no se prestó a justificar los crímenes por la razón de Estado ni por los intereses de partido. Es unos de los pocos intelectuales del siglo pasado -quizás el único- que no escribió ni una sola línea que no creyera." (Pedro Cuartango, La vida, la ética y Sartre).

Apuestas, azar, esas coordenadas de imprevisibilidad creo que son claves para optar por unas decisiones morales u otras. Kant dice optar por el imperativo categórico (hacer lo que debe hacerse sin preocuparse de las consecuencias), porque nunca podemos estar seguros del encadenamiento de hechos futuros desencadenados por una decisión tomada en razón de las consecuencias (consecuencialismo). A mí me parece que esa postura heroica no deja de ser una salida cómoda, una dimisión moral, una renuncia a la utilización de la capacidad humana para distinguir las sutiles escalas de grises entre el blanco y el negro.

Pablo (Romanos 14) establece una prudente regla de tolerancia, y denuncia lo egoísta de hacerlo de otro modo, para no imponer a los demás nuestros criterios dogmáticos (él se refiere a los tabús alimentarios y el respeto a los preceptos de la ley mosaica, pero bien se puede aplicar a otras exigencias morales): "Uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. ... El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí."

Como excepción puede anotarse la novela de Goytisolo Reivindicación del conde Don Julián (el gobernador visigodo de Ceuta que colabora con los invasores musulmanes).

Es muy ilustrativa la oposición-complementariedad de las trayectorias historiográficas de Eric Hobsbawn y Toni Judt: Esta actitud [la de Judt] le acercó a lo que los franceses llaman moralistes; es decir, escritores en la línea de Camus, Aron o Blum (a los que estudia en El peso de la responsabilidad) con un compromiso cívico explícito que aspiran a ser universalistas coherentes, aunque eso signifique cuestionar algunos dogmas que habían inspirado a la izquierda durante todo el siglo XX. Para Judt está claro que "algo va mal" cuando no se tiene conciencia de que "la democracia puede sucumbir ante una versión corrupta de sí misma, mucho más que a los encantos del totalitarismo, el autoritarismo o la oligarquía". Por su parte, para Hobsbawm, esa realidad es visible, aunque la interpreta en la línea de que en el futuro que viene "no hay porvenir", sólo un simulacro organizado por el poder industrial capitalista. (José Enrique Ruiz-Doménech,
http://www.lavanguardia.com/libros/20140205/54399921224/cambio-de-referente-de-eric-hobsbawm-a-tony-judt.html).


Véase también Revuelta-Resistencia, Colaboración, Ética y política.